Sergio Berenzstein - Analista político
Protagonista histórica de los destinos del país a partir de un complejo sistema de presiones, gestión de intereses (lobby), capacidad de movilización, influencia en los medios de comunicación y puesta en valor de los canales institucionales, en particular la justicia, la manera en que reaccione la sociedad civil norteamericana será determinante para el destino del 45º primer mandatario estadounidense. Más aún, considerando la profunda crisis que atraviesa el Partido Demócrata, que inicia un duro proceso de reconstrucción, es muy probable que grupos sociales organizados, vinculados desde siempre con ese partido, busquen influir en la agenda pública de forma más autónoma o en coaliciones con otros actores sociales, potenciados por las redes facilitadas por las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Para simplificar esta dimensión de análisis tan compleja, heterogénea y cambiante, voy a centrar mi atención en tres de sus componentes principales: el sector privado, los movimientos sociales y los segmentos demográficos que le permitieron a Donald Trump ganar las elecciones.
El sector empresario se encuentra dividido. Luego de las dudas iniciales, la llegada de Trump al poder precipitó una ola de optimismo por el nombramiento de figuras como el ex Goldman Sachs Steven Mnuchin (secretario del Tesoro); el veterano inversor Wilbur Ross (secretario de Comercio) y el ex CEO de ExxonMobil, Rex Tillerson (secretario de Estado). El índice Standard & Poor’s 500 superó la barrera psicológica de los 20.000 puntos y bate nuevos récords a diario. Esto se explica, en buena medida, por las promesas de cambios regulatorios y de reducción de impuestos, en especial para los sectores de ingresos altos (personas físicas) y de capital concentrado (jurídicas).
Sin embargo, si Trump avanza con el plan económico presentado durante la campaña y ratificado en estas semanas, podrían surgir tensiones y turbulencias. En el reciente discurso que brindó ante el pleno del Congreso parece haber relajado, parcialmente, una de sus puntas de lanza: la dura política migratoria. De todas formas, no deben descartarse potenciales cuellos de botella en materia de capital humano, en particular migrantes calificados, vitales para los sectores más dinámicos de la economía. Algunas de las empresas más grandes de tecnología, como Apple, Google, Facebook, Microsoft, Intel, Uber, y Airbnb, litigaron con éxito contra el decreto anti-inmigratorio de Trump, a lo que se suma una carta abierta en la misma dirección firmada por más de 400 empresas del sector. Un lobby que se mueve a toda velocidad. La relación entre Silicon Valley y la Casa Blanca es cada vez más tensa. El encuentro entre los principales ejecutivos de la industria y el presidente, hace unas semanas, no fue cómodo. Existe preocupación por una eventual reducción en la tasa de crecimiento y de la dinámica de innovación del sector protagonista de la revolución que modificó la naturaleza del capitalismo moderno. Asimismo, el rechazo y la redefinición de acuerdos comerciales como el NAFTA puede causar disrupciones en las cadenas logísticas (supply side) de corporaciones norteamericanas con operaciones regionalizadas o globalizadas.
Por esto, los lobbies de Washington viven una etapa de esplendor: uno de los desafíos más importantes consiste en educar al presidente, influenciar a su equipos de gobierno, acercar información crítica a la hora de tomar decisiones.
En relación a los movimientos sociales, en esta primera etapa de gestión ya se vieron indicios suficientes para advertir los contornos de un fenómeno que amenaza con conmocionar aún más al sistema político norteamericano, que trata con dificultades de reacomodarse tras el terremoto que implicó la victoria de este magnate. Grupos de mujeres, estudiantes universitarios, militantes por los derechos humanos, miembros de la comunidad LGBT, ambientalistas, el grueso de las organizaciones africano-norteamericanas y al menos dos tercios de las latinas constituyen un magma plural y con probada capacidad de movilización y energía participativa que puede impulsar una suerte de Tea Party progresista (irónicamente denominado “Herbal Tea Party”, en alusión a las costumbres culinarias de sus potenciales integrantes). Estos grupos, muy relevantes desde fines de la década de 1950, vieron crecer su capacidad organizativa y de influencia en la agenda pública gracias a las TICs. Además, cuentan con la simpatía y el apoyo explícito de personalidades del arte, la cultura y los medios de comunicación (en particular de Hollywood, como quedó claro en la última ceremonia de entrega de los Premios Oscar). Las principales universidades del país también hicieron públicas sus críticas a la política migratoria y cuestionan otros aspectos de las políticas de la administración Trump, que amenazó con interrumpir el financiamiento proveniente de recursos federales.
Otra de las prácticas habituales de la sociedad norteamericana, la litigiosidad, servirá como instrumento de contrapeso a una presidencia polémica y, al menos en el discurso, transformacional. Vimos un fenómeno inusual en torno al decreto migratorio: centenas de abogados se hicieron presentes voluntariamente en los aeropuertos para ayudar, de forma gratuita, a refugiados e inmigrantes. Montesquieu y los padres fundadores de la Constitución americana podrán sentirse orgullosos: su modelo de gobierno limitado, división de poderes y frenos institucionales a los potenciales excesos tiránicos que suele esconder el presidencialismo dio muestras de renovados niveles de vigencia.
¿Podrá el Democratic National Committee (DNC), autoridad ejecutiva del Partido Demócrata, encauzar esta pulsión participativa, canalizarla y convertirla en poder electoral primero y político después? Los demócratas pierden terreno de forma alarmante desde 2009. Revertir la tendencia implicará un esfuerzo efectivo y coordinado que un partido fragmentado y controlado por una oligarquía liderada por los Clinton fue incapaz de articular. Obama prefirió ignorar al establishment partidario y organizó una fuerza paralela y una coalición electoral tan exitosa como transitoria, casi efímera. Se impuso y gobernó a pesar de su partido, no gracias a él. Esa fuerza, debilitada y adormecida, tiene el reto de reinventarse y equilibrar un sistema político dominado por el GOP.
Si esto no ocurre, se profundizará la grieta que divide desde hace tiempo a la sociedad norteamericana y que se ahondó a comienzos de los ‘70 con el fallo que consagró el derecho al aborto (Rowe vs. Wade). El fenómeno Trump es el resultado de la acumulación de tensiones y conflictos ignorados o muy mal resueltos con claras raíces económico-sociales y que involucran elementos religiosos, raciales, culturales e incluso simbólicos. La sociedad norteamericana estaba dividida mucho antes de que Trump ganase las elecciones. Pero la brecha se ahonda. Ese preocupante clivaje, que Trump alimenta a diario, puede condicionar su presidencia e imponer obstáculos a su agenda de transformación. Incluso sus votantes pueden verse afectados negativamente por algunas de sus políticas. De cualquier modo, como ocurrió a lo largo de su historia, la sociedad civil norteamericana será una vez más protagonista de esta etapa plagada de riesgos y sorpresas.